Qué importa
que no quisieras creerme,
que me enterraras las uñas
hasta rasgarme el alma,
cada vez que me arriesgué
a descorrer el pesado telón
sobre el que bordaste esa imagen
que eclipsa tu realidad:
luz, yo sé que eres luz
semilla de una excelsa constelación que ilumina mi existencia
con sus destellos íntimos.
Luz, sí, esa gran luz
que me renueva cada amanecer cuando mis párpados se abren
a la gran incógnita del día.
© María Meilán

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