Alegorías de la ausencia




Una extraña sensación desprovista de todo –presente, futuro, pasado- me invade, ahora que el espeso néctar de la ausencia se ha infiltrado por las grietas de mi alma. Miro alrededor y todo está quieto –demasiado quieto- mientras siento el sofocante dolor de mi herida abierta. Mis dedos, desnudos ya de tu piel, tientan -a ciegas- el vacío, buscándote en las circunferencias de mi fantasía; arañando máscaras y espejos donde sólo yo me reflejo. Destapo el bálsamo redentor de las palabras vestidas de futuro y extiendo mis brazos con la esperanza de fundirme en su miel. Mis ojos parpadean en un intento de absorber este aroma de libertad... Y sin embargo, me dueles. Me duele dolerte. Ha sido el tiempo que derrochamos en mostrarnos desde nuestras carencias, desde nuestros miedos, desde nuestras exigencias, el que finalmente ha recluido al amor. ¿Y cómo, dime, rescatarlo ahora de esa cárcel de hastío? ¿De esa inmensa soledad? ¿De ese abandono prematuro? ¿Acaso, somos, todavía, hábiles para empuñar la espada de la verdad y arrancar, a jirones, la piel de nuestros egos? ¡Cuánto desearía enjugar tus lágrimas con ese aliento de “todo es posible aún”! ¡Cuánto me gustaría que sanases este resquemor que me consume abriendo un nuevo camino hacia un horizonte común! Volveré a mi destierro, al rastreo de mis libros, a mis vertiginosos vuelos, a mis silencios. Me zambulliré en el océano de las letras y las engarzaré formando frases que acaben llenando el blanco de mis dudas, mas no embalsamaré mi sufrimiento con el ungüento del olvido. Arrojaré al fuego los suspiros vanos, los quejidos, las infinitas culpas. Y, aunque las papilas de la oscuridad engullan la aurora y mi herida supure, no huiré del dolor, fuente de aprendizaje, porque, mientras lo sienta, sabré que amé, que sigo amando. Me bordaré un traje de novia antes de desposarme con la ausencia. Hilvanaré los recuerdos con hilo invisible y los sumergiré en esos sabores y olores que impregnan tu esencia, para que cada noche sus efluvios me posean mientras duermo. Entrenaré mis manos, como el más astuto de los ladrones, para robar la venda que cubre tus ojos, y tu mirada pueda, al fin, anclarse en la luz que la espera más allá de mi ocaso. © María Meilán




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